Capítulo 11:
La verdadera grandeza
La verdadera grandeza
Enseñanzas
de los Presidentes de la Iglesia:
Howard W. Hunter, (2015), 159–72
Howard W. Hunter, (2015), 159–72
“El esforzarnos constantemente en las
cosas pequeñas de la vida diaria
lleva a la verdadera grandeza”
cosas pequeñas de la vida diaria
lleva a la verdadera grandeza”
De la vida de Howard W. Hunter
El presidente Howard W. Hunter enseñó que la
verdadera grandeza no viene del éxito en el mundo, sino de “los miles de actos…
de servicio y sacrificio que constituyen el dar o perder la vida por nuestros
semejantes y por el Señor”1. El
presidente Hunter vivió su vida de conformidad con esta enseñanza. En vez de
procurar ser el foco de atención o de recibir el aplauso de los demás,
diariamente llevó a cabo actos de servicio y sacrificio que a menudo pasaron
desapercibidos.
Un ejemplo del servicio relativamente desapercibido del
presidente Hunter fue el cuidado que le dio a su esposa durante más de una década
mientras ella luchaba con el deterioro de su salud. A principios de la década
de 1970, Claire Hunter comenzó a sufrir dolores de cabeza y pérdida de la
memoria. Más tarde fue víctima de varios ataques de apoplejía leves que
hicieron que se le dificultara hablar y utilizar las manos. Cuando fue
necesario que se le diera atención constante, el presidente Hunter proveyó
tanto de esa atención como pudo, al mismo tiempo que cumplía con sus
responsabilidades como apóstol. Hizo los arreglos necesarios para que alguien
se quedara con Claire durante el día, pero él la cuidaba de noche.
En 1981, una hemorragia cerebral dejó a Claire incapaz de
caminar y hablar. Sin embargo, el presidente Hunter a veces la ayudaba a
levantarse de la silla de ruedas y la sostenía firmemente para que pudieran
bailar como lo habían hecho en años anteriores.
Después de que Claire sufrió una segunda hemorragia
cerebral, los doctores insistieron en que se le internara en un centro de
atención, donde permaneció durante los últimos dieciocho meses de su vida. En
ese tiempo, el presidente Hunter iba a verla todos los días, excepto cuando
estaba de viaje por asignaciones de la Iglesia. Cuando regresaba a casa, iba
directamente del aeropuerto a estar con ella. La mayoría de las veces ella estaba
profundamente dormida o no lo reconocía, pero él continuó diciéndole que la
amaba y asegurándose de que estuviera cómoda.
El élder James E. Faust, del Cuórum de los Doce, más
tarde dijo que la manera en que el presidente Hunter “cuidó de manera tan amorosa
a su esposa Claire durante más de diez años mientras ella no estaba bien, fue
la devoción más noble de un hombre hacia una mujer que muchos de nosotros hemos
visto en nuestra vida”2.
Después de que el presidente Hunter murió, una biografía
que se publicó en la revista Ensign citó sus enseñanzas sobre la verdadera
grandeza y resumió la forma en que habían dirigido su vida:
“Aun cuando su profunda humildad le hubiera impedido
hacer la comparación, el presidente Hunter cumplía con su propia definición de
grandeza. Su grandeza surgió en periodos de su vida en que estuvo alejado del
foco de atención a medida que tomó decisiones críticas de trabajar arduamente,
de intentarlo de nuevo después de fallar y de ayudar a sus semejantes. Esos
atributos se vieron reflejados en su notable capacidad para lograr el éxito en
esfuerzos tan diversos como la música, el derecho, los negocios, las relaciones
internacionales, la carpintería y, sobre todo, en ser un ‘buen siervo y fiel’
del Señor [Mateo 25:21 ]…
“Para el decimocuarto Presidente de la Iglesia, el
desafío de cumplir los propósitos del Señor fue abordado de forma tan natural y
desinteresada como lo fueron sus labores cuando era estudiante, padre joven,
obispo devoto y apóstol incansable. La viña del Señor, tal como Howard W.
Hunter la veía, requiere mantenimiento constante, y lo único que su Maestro le
requería era que fuera un ‘buen siervo y fiel’, lo cual el presidente Hunter
cumplió con verdadera grandeza, con atención constante al ejemplo del Salvador,
a quien sirvió hasta el final”3.
Howard y Claire Hunter.
Enseñanzas de Howard W. Hunter
1
La definición que el mundo da a la grandeza a menudo es
engañosa y puede provocar comparaciones perjudiciales
engañosa y puede provocar comparaciones perjudiciales
Muchos Santos de los Últimos Días son felices y disfrutan
de las oportunidades que la vida les ofrece; sin embargo, me preocupa que
algunos de entre nosotros sean infelices. Algunos sentimos que no estamos
viviendo a la altura de nuestras propias expectativas. En particular me
preocupan las personas que habiendo vivido rectamente piensan que han fallado
porque no han alcanzado, ya sea en el mundo o en la Iglesia, lo que otros han
logrado. Todos deseamos alcanzar cierto grado de grandeza en esta vida. ¿Y por
qué no? Como alguien dijo una vez, dentro de cada uno de nosotros hay un
gigante que lucha con el fuerte anhelo de regresar a su hogar celestial (véanse
Hebreos 11:13–16; D. y C. 45:11–14).
El darnos cuenta de quiénes somos y lo que podemos llegar
a ser nos asegura que con Dios no hay nada que sea realmente imposible. Desde
el momento en que [como Rayitos de Sol] aprendemos que Cristo nos manda que
brillemos, hasta el momento en que aprendemos más plenamente los principios
básicos del Evangelio, se nos enseña que debemos esforzarnos para lograr la
perfección. Entonces no es nuevo para nosotros que se hable de la importancia
de los logros. El problema surge cuando dejamos que las expectativas poco
realistas del mundo alteren la definición de la grandeza.
¿Cuál
es la verdadera grandeza? ¿Qué es lo que hace grande a una persona?
Vivimos en un mundo que parece adorar su propio tipo de
grandeza y producir su propia especie de héroes. Un estudio reciente hecho
entre personas jóvenes de dieciocho a veinticuatro años de edad reveló que los
jóvenes de la actualidad prefieren a las personas que son “fuertes,
independientes y que vencen a pesar de toda dificultad”; también reveló que los
jóvenes claramente procuran modelar su vida a imagen de las personas
sofisticadas e “infinitamente ricas”. Durante la década de 1950, entre los
héroes se encontraban Winston Churchill, Albert Schweitzer, el presidente Harry
Truman, la reina Elizabeth y Helen Keller, la autora y conferenciante ciega y
sorda. Estos eran personajes que ayudaron a moldear la historia o que fueron de
renombre porque su vida fue inspiradora. En la actualidad, muchos de los diez
héroes más comunes son estrellas de cine y otros artistas, lo que sugiere que
ha habido una especie de cambio en nuestras actitudes (véase U.S. News &
World Report, 22 de abril de 1985, págs. 44–48).
Es verdad que los héroes del mundo no permanecen en la
mente del público por mucho tiempo; sin embargo, nunca hay escasez de campeones
y grandes triunfadores. Casi a diario, escuchamos de atletas que batieron algún
récord; de científicos que inventaron maravillosos aparatos, máquinas y
procesos; y de doctores que salvaron vidas al emplear nuevos métodos.
Constantemente nos vemos expuestos a músicos y animadores excepcionalmente
dotados, así como a artistas, arquitectos y constructores de talento poco
común. Las revistas, las carteleras y los comerciales de televisión nos
bombardean con fotografías de personas que tienen dientes y facciones
perfectos, vestidas con ropa a la moda y haciendo todo lo que, según parece,
hacen las personas que han alcanzado “el éxito”.
Debido a que nos vemos expuestos constantemente a la
definición que el mundo da a la grandeza, es comprensible que hagamos
comparaciones entre lo que nosotros somos y lo que otros son, o aparentan ser,
y también entre lo que ellos tienen y lo que nosotros tenemos. Si bien es
cierto que hacer comparaciones puede ser beneficioso y nos puede motivar a
lograr muchas cosas buenas y a mejorar nuestra vida, a menudo permitimos que
las comparaciones injustas e inapropiadas destruyan nuestra felicidad cuando
hacen que nos sintamos frustrados, deficientes o fracasados. En ocasiones, a
causa de esos sentimientos, nos dejamos llevar al error y nos centramos en
nuestros fracasos, al mismo tiempo que ignoramos aspectos de nuestra vida que
pudieran contener elementos de verdadera grandeza4.
“La
verdadera grandeza [procede de] los miles de actos
y tareas de servicio y sacrificio que constituyen el dar o
perder la vida por nuestros semejantes y por el Señor”.
y tareas de servicio y sacrificio que constituyen el dar o
perder la vida por nuestros semejantes y por el Señor”.
2
El esforzarnos constantemente en las cosas pequeñas de la
vida diaria lleva a la verdadera grandeza
En 1905, el presidente Joseph F. Smith hizo esta
profunda declaración acerca de lo que es la verdadera grandeza:
“Es posible que aquello que llamamos extraordinario,
notable o inusual haga historia, pero no hace la vida real.
“Después de todo, el hacer bien aquello que Dios ha
ordenado que sea la suerte común de todo el género humano constituye la
grandeza más auténtica. Es mucho más grandioso ser un padre o una madre de
éxito que ser un afamado general u hombre de estado” (Juvenile Instructor, 15
de diciembre de 1905, pág. 752).
Esa declaración nos lleva a una pregunta: ¿Cuáles son las
cosas que Dios ha ordenado como “la suerte común de todo el género humano”?
Seguramente entre ellas se incluyen las cosas que se deben hacer a fin de ser
un buen padre o una buena madre, un buen hijo o una buena hija, un buen
estudiante, un buen compañero de habitación o un buen vecino.
…El esforzarnos constantemente en las cosas pequeñas de
la vida diaria lleva a la verdadera grandeza. Específicamente, son los miles de
actos y tareas de servicio y sacrificio que constituyen el dar o perder la vida
por nuestros semejantes y por el Señor. Implica obtener un conocimiento de
nuestro Padre Celestial y del Evangelio, y llevar a otras personas a la fe y la
hermandad de Su reino. Estas cosas por lo general no reciben la atención ni la
adulación del mundo5.
3
El profeta José se preocupaba por las cosas pequeñas, por
las tareas diarias de dar servicio a los demás y velar por ellos
las tareas diarias de dar servicio a los demás y velar por ellos
A José Smith por lo general no se le recuerda como un
general, alcalde, arquitecto, editor o candidato presidencial; más bien se le
recuerda como el Profeta de la Restauración, como un hombre dedicado a amar a
Dios y a promover Su obra. El profeta José era un cristiano del diario vivir.
Se preocupaba por las cosas pequeñas, por las tareas diarias de dar servicio a
los demás y velar por ellos. A los trece años de edad, Lyman O. Littlefield
lo acompañó al campo de Sion, que se dirigía a Misuri. Más tarde contó el
siguiente incidente de un pequeño, pero también significativo, acto de servicio
de la vida del Profeta:
“El viaje era para todos extremadamente dificultoso, y el
sufrimiento físico, sumado a la preocupación de saber las persecuciones que
padecían los hermanos a los que íbamos a socorrer, hizo que un día me atacara
una gran melancolía. Mientras el grupo se preparaba para partir, yo estaba
sentado, cansado y meditabundo, a la orilla del camino. Aun cuando el Profeta
era la persona más ocupada del campamento, cuando me vio, dejó por un momento
de lado la urgencia de sus obligaciones para decirle unas palabras de consuelo
a un niño. Me puso la mano sobre la cabeza y me dijo: ‘¿No hay un lugar para
ti, hijo? Si es así, tenemos que encontrar uno’. Este hecho dejó una impresión
tan vívida en mi mente que ni el tiempo ni las preocupaciones de los años
posteriores han podido borrar” (en George Q. Cannon, Life of Joseph Smith
the Prophet, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1986, pág. 344).
En otra ocasión, cuando el gobernador Carlin de Illinois
envió al comisario Thomas King, del Condado de Adams, junto con una cuadrilla
de varias personas a arrestar al Profeta y llevarlo a los emisarios del
gobernador Boggs de Misuri, el comisario King enfermó gravemente. El Profeta
entonces llevó al comisario a su casa en Nauvoo y durante cuatro días lo cuidó
como a un hermano (ibídem, pág. 372). El Profeta constantemente realizaba actos
de servicio pequeños, bondadosos, pero a la vez significativos.
El
élder George Q. Cannon escribió lo siguiente acerca de
la tienda que [el profeta José Smith] abrió en Nauvoo:
la tienda que [el profeta José Smith] abrió en Nauvoo:
“El Profeta mismo no vacilaba en llevar a cabo
ocupaciones mercantiles e industriales; el Evangelio que él predicaba tenía que
ver con la salvación temporal y también con la exaltación espiritual; y estaba
dispuesto a hacer su parte del trabajo práctico, lo cual hacía sin pensar en
obtener ganancia personal” (ibídem, pág. 385).
Y en
una carta, el Profeta escribió lo siguiente:
“Con la [tienda de ladrillos rojos de Nauvoo] llena de
gente, he estado todo el día detrás del mostrador distribuyendo mercaderías
constantemente como cualquier empleado que hayas visto, para complacer a todos
aquellos que se hubieran visto obligados a celebrar la Navidad y el Año Nuevo
sin su acostumbrada cena por falta de un poco de azúcar, melaza, pasas, etc.; y
a la vez para satisfacción propia, porque me encanta atender a los santos y ser
un siervo para todos, con la esperanza de lograr la exaltación en el debido
tiempo del Señor” (ibídem, pág. 386).
En
cuanto a esa escena, George Q. Cannon comentó:
“¡Qué imagen se nos presenta aquí! Un hombre escogido por
el Señor para poner los cimientos de Su Iglesia y para ser Su profeta y
presidente se alegra y enorgullece por atender a sus hermanos y hermanas como
un sirviente… José nunca vio el día en el que no sentía que estaba sirviendo a
Dios y hallando gracia a la vista de Jesucristo al mostrar bondad y atención
‘al más pequeño de éstos’” (ibídem, pág. 386)6.
“El
profeta José era un cristiano del diario vivir. Se preocupaba por las cosas
pequeñas, por las tareas diarias de dar servicio a los demás y velar por ellos”.
pequeñas, por las tareas diarias de dar servicio a los demás y velar por ellos”.
4
La verdadera grandeza proviene de perseverar en las
dificultades de la
vida y de prestar servicio en formas que a menudo pasan desapercibidas
vida y de prestar servicio en formas que a menudo pasan desapercibidas
El lograr el éxito como secretario de cuórum de élderes,
maestra de la Sociedad de Socorro, buen vecino o un amigo que escucha es lo que
mayormente constituye la verdadera grandeza. El dar lo mejor de nosotros mismos
ante las luchas comunes de la vida —y posiblemente ante el fracaso— y el seguir
aguantando y perseverando en las dificultades continuas de la vida cuando esas
luchas y tareas contribuyen al progreso y la felicidad de las demás personas y
a nuestra propia salvación eterna, ésa es la verdadera grandeza.
Todos deseamos alcanzar cierto grado de grandeza en esta
vida. Muchos ya han logrado grandes cosas, mientras que otros se están
esforzando por lograr la grandeza. Permítanme animarlos a lograr el éxito y, al
mismo tiempo, a recordar quiénes son. No dejen que el espejismo de la grandeza
fugaz del mundo los venza. Muchas personas están perdiendo su alma ante ese
tipo de tentaciones. No vale la pena vender su buen nombre, por ningún precio.
La verdadera grandeza es ser fiel: “Fieles a la fe que nuestros padres
atesoraron; fieles a la verdad por la que mártires perecieron” (Hymns, 1985, Nº
254).
Estoy seguro de que hay muchos grandes héroes entre
nosotros que pasan desapercibidos y que son olvidados. Estoy hablando de
aquellos entre ustedes que callada y constantemente hacen lo que deben hacer;
de los que siempre están disponibles y dispuestos. Me refiero al valor poco
común de la madre que, hora tras hora, día y noche, permanece con un hijo
enfermo y lo cuida mientras su esposo está trabajando o estudiando. Entre ellos
incluyo a los que voluntariamente donan sangre o trabajan con los ancianos;
pienso en aquellos de entre ustedes que fielmente cumplen con sus
responsabilidades del sacerdocio y de la Iglesia, y en los estudiantes que
escriben a casa regularmente para dar gracias a sus padres por su amor y apoyo.
También estoy hablando de los que infunden en los demás
fe y el deseo de vivir el Evangelio; aquellos que trabajan en forma activa para
edificar y moldear la vida de otras personas física, social y espiritualmente.
Me refiero a los que son honrados, bondadosos y trabajadores durante sus
labores diarias, pero que también son siervos del Maestro y pastores de Sus
ovejas.
Ahora bien, no quiero con esto pasar por alto los grandes
logros del mundo que nos han brindado tantas oportunidades y que proporcionan
cultura, orden y entusiasmo a nuestra vida. Solamente sugiero que tratemos de
concentrarnos más claramente en las cosas de la vida que tienen más valor.
Recordarán que fue el Salvador quien dijo: “El que es el mayor entre vosotros
será vuestro siervo” (Mateo 23:11)7.
5
La verdadera grandeza requiere pasos constantes, pequeños
y a veces comunes por un largo periodo de tiempo
y a veces comunes por un largo periodo de tiempo
Todos hemos visto a personas llegar a ser ricas o lograr
el éxito casi de manera instantánea, casi de la noche a la mañana; pero me
parece que aun cuando algunos obtengan ese tipo de éxito sin una lucha
prolongada, no existe tal cosa como la grandeza al instante. El logro de la
verdadera grandeza es un proceso a largo plazo que de vez en cuando pudiera
incluir reveses. El resultado final no siempre estará claramente visible, pero
parece que siempre requiere pasos regulares, constantes, pequeños, y a veces
comunes y rutinarios por un largo periodo de tiempo. Debemos recordar que fue
el Salvador quien dijo: “…de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C. 64:33).
La verdadera grandeza nunca es el resultado de una
casualidad ni de un logro o esfuerzo únicos. La grandeza requiere el desarrollo
del carácter. Se requiere una gran cantidad de decisiones correctas en las
elecciones cotidianas entre el bien y el mal, a las que el élder Boyd K.
Packer se refirió cuando dijo: “A lo largo de los años, estas pequeñas
decisiones formarán una unidad y darán muestras claras de cuáles son las cosas
que valoramos” (véase Liahona, febrero de 1981, pág. 39). Esas decisiones
también mostrarán claramente lo que somos8.
6
Las tareas comunes con frecuencia tienen el
efecto positivo más grande en las demás personas
efecto positivo más grande en las demás personas
A medida que evaluemos nuestra vida, es importante que
tomemos en cuenta no sólo nuestros logros, sino también las condiciones bajo
las cuales hemos obrado. Todos somos diferentes y únicos; todos hemos empezado
en distintos puntos en la carrera de la vida; todos tenemos una combinación
única de talentos y habilidades; y todos tenemos nuestro propio conjunto de
desafíos y limitaciones con que luchar. Por lo tanto, el juicio que formulemos
de nosotros mismos y de nuestros logros no debe incluir solamente el tamaño o
magnitud y la cantidad de nuestros logros; también debe incluir las condiciones
que han existido y el efecto que nuestros esfuerzos tuvieron en los demás.
Es este último aspecto de nuestra autoevaluación —el
efecto de nuestra vida en la vida de los demás— que nos ayudará a entender por
qué algunas de las labores comunes y corrientes de la vida se valoran tanto. A
menudo son las tareas comunes que llevamos a cabo las que tienen el efecto
positivo más grande en la vida de los demás, si las comparamos con aquellas que
el mundo comúnmente relaciona con la grandeza9.
7
El hacer aquello que Dios ha determinado que
es importante llevará a la verdadera grandeza
es importante llevará a la verdadera grandeza
Me parece que la clase de grandeza que nuestro Padre
Celestial quiere que busquemos está al alcance de todos los que están dentro de
la red del Evangelio. Tenemos un número ilimitado de oportunidades para llevar
a cabo las muchas cosas sencillas y pequeñas que finalmente nos harán grandes.
A quienes han dedicado su vida al servicio y al sacrificio por su familia, por
los demás y por el Señor, el mejor consejo es simplemente que continúen
haciendo más de lo mismo.
A aquellos que promueven la obra del Señor en tantas
maneras calladas pero significativas, a los que son la sal de la tierra y la
fortaleza del mundo y el pilar de toda nación, a ustedes simplemente queremos
expresarles nuestra admiración. Si perseveran hasta el fin y si son valientes
en el testimonio de Jesús, alcanzarán la verdadera grandeza y algún día vivirán
en la presencia de nuestro Padre Celestial.
Tal como el presidente Joseph F. Smith ha dicho: “No
intentemos substituir una vida real con una artificial” (Juvenile Instructor,
15 de diciembre de 1905, pág. 753). Recordemos que hacer aquello que Dios ha
determinado que es importante y necesario, aunque el mundo lo considere
insignificante y de poca importancia, llevará finalmente a la verdadera
grandeza.
Debemos esforzarnos por recordar las palabras del apóstol
Pablo, especialmente si estamos infelices con nuestra vida y sentimos que no
hemos logrado alguna forma de grandeza. Él escribió:
“Porque esta momentánea y leve tribulación nuestra nos
produce un cada vez más y eterno peso de gloria;
“no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que
no se ven, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven
son eternas” (2 Corintios 4:17–18).
Las cosas pequeñas son importantes. No recordamos la
cantidad que ofreció el fariseo, pero sí la ofrenda de la viuda; no el poder y
la fuerza del ejército filisteo, sino el valor y la convicción de David.
Ruego que nunca perdamos el ánimo de hacer aquellas
tareas diarias que Dios ha establecido que sean “la suerte común del hombre”10.
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