¿Dónde están mis
amigos los chilenos?
amigos los chilenos?
Por: Gerardo Rehuel Sánchez
Miembro de la Iglesia de Jesucristo
de los Santos de los Últimos Días
Miembro de la Iglesia de Jesucristo
de los Santos de los Últimos Días
(Ver video al final)
Por: Gerardo Rehuel Sánchez
Para: www.perumagiayencanto.com
y para: http://hermanomormon.blogspot.com/
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y para: http://hermanomormon.blogspot.com/
Abril 27 del 2016
Miami, Florida.
Miami, Florida.
Biblia: Efesios 2:19-20:
19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos
con los santos, y miembros de la familia de Dios;
con los santos, y miembros de la familia de Dios;
20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo
la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo
la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo
Hace
aproximadamente nueve años llegué a la Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días en el barrio de North Miami Beach, Florida,
Estados Unidos, la Iglesia estaba llena de miembros hispanos de varias
nacionalidades, los que más abundaban eran las familias chilenas,
confieso me que me sentí algo incómodo con tantos chilenos a mi
alrededor, con el problema que existe entre peruanos y chilenos y el
odio que muchos se manifiestan los unos a los otros, pensé que yo podría
ser rechazado por alguno de ellos, pero que equivocado estaba yo, al
poco tiempo me pude dar cuenta que allí, ninguno es peruano, ni chileno,
nadie era extranjero, todos teníamos la misma nacionalidad, “El Cielo”
co- habitantes con nuestro Salvador Jesucristo era nuestra tierra, allí
encontré amor, paz, progreso, encontré una verdadera familia amorosa,
familia de la que ahora yo era miembro y no soy chileno, ni peruano, soy cristiano
Recuerdo
a la familia Fernando y Mónica Sánchez, la familia del Obispo Carlos
Moya y su esposa, Jaime Ramírez Jr. Y familia, Jaime Ramírez Sr. Y
esposa, Hermano Víctor Palaviccino y familia y otras familias más, todas
chilenas y juntas eran más de 20 personas, eso sin contar los niños.
Fueron
mis grandes amigos y maestros espirituales, me enseñaron verdades que
yo desconocía, aquí no existe el odio ni el rencor, nadie se insulta,
nadie es mayor ni superior que el otro, todos somos iguales, no importa
el país de donde vengamos, todos nos amamos y nos ayudamos por igual.
Pero,
lamentablemente la comunidad chilena fue disminuyendo poco a poco,
algunos fallecieron, otros se mudaron para otra ciudad, algunos
regresaron a su país de origen….Por eso, aunque ya no somos extranjeros,
con cariño y respeto los recuerdo y me digo a mi mismo, ¿Dónde están mis amigos los chilenos?.
Me queda la satisfacción de que a todos mis amigos y familiares los volveré a ver, algún día en las Manciones Celestiale, al lado de nuestro Salvador Jesús.
A continuación publicamos parte del mensaje que dio el Obispo Gerald Caussé, Primer Consejero del Obispado Presidente:
Ya no sois extranjeros
Por el obispo Gérald Caussé
Primer Consejero del Obispado Presidente
"En esta Iglesia no existen extranjeros ni marginados,
sólo hay hermanos y hermanas".
sólo hay hermanos y hermanas".
En
alguna que otra ocasión, la mayoría de nosotros se ha encontrado en una
situación nueva en la que se sentía extraño e inseguro. Algo así le
sucedió a nuestra familia hace unos cinco años, después de que el
presidente Thomas S. Monson me extendiera el llamamiento para servir
como Autoridad General de la Iglesia. Ese llamamiento nos obligó a irnos
del hermoso lugar del que tanto habíamos disfrutado durante dos
décadas. Mi esposa y yo aún recordamos la reacción inmediata de nuestros
hijos cuando se enteraron del cambio. Nuestro hijo de 16 años exclamó:
“No hay ningún problema; ¡ustedes vayan, yo me quedo!”.
No
tardó en decidir acompañarnos y aceptó fielmente esta nueva oportunidad
que se presentaba en su vida. Vivir en lugares nuevos durante los
últimos años se ha convertido en una experiencia placentera y de
aprendizaje para nuestra familia, en especial gracias a la cálida
acogida y la bondad de los Santos de los Últimos Días. Al haber vivido
en diversos países, hemos llegado a apreciar que la unidad del pueblo de
Dios en toda la tierra es algo real y tangible.
Mi
llamamiento me ha llevado a viajar por muchos países y me ha concedido
el gran privilegio de presidir muchas reuniones. Al observar las
diversas congregaciones, a menudo veo a miembros que representan a
distintos países, lenguas y culturas. Un aspecto maravilloso de nuestra
dispensación del Evangelio es que no se limita a un área geográfica, ni a
un grupo de naciones; es mundial y universal, y nos prepara para el
retorno glorioso del Hijo de Dios al congregar “a sus hijos de las
cuatro partes de la tierra”1.
Aunque
el número de miembros de la Iglesia aumenta en su diversidad, nuestra
herencia sagrada trasciende nuestras diferencias. Por ser miembros de la
Iglesia se nos admite en la casa de Israel; nos convertimos en hermanos
y hermanas, herederos igualitarios del mismo linaje espiritual. Dios
prometió a Abraham que “cuantos reciban este evangelio serán llamados
por [su] nombre; y serán considerados [su] descendencia, y se levantarán
y [lo] bendecirán como padre de ellos”2.
Todo
el que llega a ser miembro de la Iglesia recibe una promesa: “Así que
ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos con los
santos, y miembros de la familia de Dios”3.
La
palabra extranjero procede de la palabra latina extraneus, que
significa “exterior” o “de afuera”. Por lo general, designa a alguien
que es “forastero” por varias razones, ya sea por su origen, su cultura,
sus opiniones o su religión. Como discípulos de Jesucristo que se
esfuerzan por estar en el mundo pero no ser del mundo, a veces nos
sentimos como forasteros. Nosotros, mejor que muchos otros, sabemos que
ciertas puertas pueden llegar a cerrarse para aquellos a los que se
considera diferentes.
A
lo largo de la historia, el pueblo de Dios ha recibido el mandamiento
de cuidar de los extranjeros o de aquellos vistos como diferentes. En la
antigüedad, existía la misma obligación de hospitalidad para un
extranjero como para una viuda o un huérfano. Al igual que ellos, el
extranjero se hallaba en una situación de gran vulnerabilidad, y su
supervivencia dependía de la protección que recibiera de la población
local. El pueblo de Israel recibió instrucciones precisas a este
respecto: “Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que
peregrine entre vosotros; y lo amarás como a ti mismo, porque
extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”4.
Durante
Su ministerio terrenal, Jesús fue un ejemplo de alguien que fue más
allá de la simple obligación de hospitalidad y tolerancia. Los excluidos
sociales, los que eran rechazados y considerados impuros por los que se
creían superiores, recibieron Su compasión y respeto; recibieron una
parte igual de Sus enseñanzas y Su ministerio.
Por
ejemplo, el Salvador rompió con las costumbres de Su época al dirigirse
a una mujer samaritana y pedirle un poco de agua; se sentó a comer con
publicanos y recaudadores de impuestos; no vaciló en acercarse al
leproso, tocarlo y sanarlo. Admirado por la fe del centurión romano,
dijo a la multitud: “De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado
tanta fe”5.
Jesús nos ha pedido que observemos la ley del amor perfecto, el cual es un don universal e incondicional, y dijo:
“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
“Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?
“Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”6.
En
esta Iglesia no hay extranjeros ni marginados, sólo hay hermanos y
hermanas. El conocimiento que tenemos de un Padre Eterno nos ayuda a ser
más sensibles a la hermandad que debiera existir entre todos los
hombres y mujeres de la tierra.
Testifico
que nadie es extranjero para nuestro Padre Celestial. No hay nadie cuya
alma no sea valiosa para Él. Junto con Pedro, testifico que “Dios no
hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le
teme y hace lo justo”9.
Ruego
que cuando el Señor reúna a Sus ovejas en el último día, pueda decirnos
a cada uno de nosotros: “Fui forastero, y me recogisteis”.
Entonces nosotros le preguntaremos: “¿Cuándo te vimos forastero y te recogimos?”.
Y
Él nos responderá: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno
de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”10.
En el nombre de Jesucristo. Amén.
VIDEO:
YA NO SOIS EXTRANJEROS - MENSAJES SUD
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