Capítulo 14:
Perdernos en el servicio a los
demás
Enseñanzas de
los Presidentes de la Iglesia
Gordon B. Hinckley, 2016
“Que el significado verdadero del
Evangelio destile hacia nuestro corazón, para que nos demos cuenta de que esta
vida, que Dios nuestro Padre nos ha dado, ha de ser dedicada al servicio de los
demás”.
De la vida de Gordon B. Hinckley
“Ustedes pueden aligerar la carga
de
muchísimas personas”.
El joven élder Gordon B. Hinckley
pasó unas primeras semanas muy difíciles como misionero de tiempo completo en
Inglaterra. Estaba enfermo cuando llegó, y sus tentativas de predicar el
Evangelio fueron repetidamente rechazadas. Durante aquel tiempo difícil, fue
bendecido con lo que más tarde llamaría su “día de decisión”, una experiencia
que influyó en su servicio durante el resto de su vida.
“Me sentía
desanimado”, recordaba. “Le escribí una carta a mi buen padre para decirle que
creía que yo estaba perdiendo el tiempo y desperdiciando su dinero. Él no solo
era mi padre, sino también mi presidente de estaca, y asimismo un hombre sabio
e inspirado. Me respondió con una carta muy breve, en la que decía: ‘Querido
Gordon: Recibí tu última carta y tengo solo una sugerencia: Olvídate de ti mismo
y ponte a trabajar’. Horas antes, esa misma mañana, durante nuestra clase de
estudio de las Escrituras, mi compañero y yo habíamos leído estas palabras del
Señor: “Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por causa de mí y del evangelio la salvará” (Marcos 8:35).
“Aquellas palabras del Maestro, seguidas
por el consejo de mi padre de olvidarme de mí mismo y entregarme a la obra,
llegaron a lo más recóndito de mi alma. Con la carta de mi padre en la mano,
entré al dormitorio de la casa en la que vivíamos, en 15 Wadham Road, me
arrodillé e hice una promesa al Señor. Hice convenio con Él de que me
esforzaría por olvidarme de mí mismo y me perdería en su servicio.
“Ese día de
julio de 1933 fue mi día de decisión. Mi vida se vio inundada de una nueva luz
y mi corazón de un júbilo antes desconocido para mí”.
Aquella luz nunca abandonó la vida de
Gordon B. Hinckley. Desde aquel día, se dedicó al Señor mediante el
servicio a los demás. El presidente Henry B. Eyring enumeró durante el
funeral del presidente Hinckley varias de sus aportaciones: Edificar templos
por toda la tierra, establecer los templos pequeños para acelerar la obra del
templo, poner en marcha el Fondo Perpetuo para la Educación y construir el
Centro de Conferencias. Entonces dijo:
“Su legado
personal va más allá de esta breve lista y de mi poder para describirlo, pero
sus logros tienen por lo menos una cosa en común: Siempre tuvieron como fin
bendecir a las personas con oportunidades. Siempre pensó en los menos
privilegiados, en la persona común y corriente que lucha por hacer frente a las
dificultades cotidianas y a los retos de vivir el evangelio de Jesucristo. En
más de una ocasión me tocó el pecho con el dedo al hacer yo una sugerencia, y
dijo: ‘Hal, ¿has tenido en cuenta a las personas necesitadas?’”.
“Deseo estar
activo y trabajar”, dijo el presidente Hinckley. “Quiero enfrentar cada día con
resolución y propósito; quiero emplear todas mis horas activas en dar ánimo, en
bendecir a los que soportan cargas pesadas, en aumentar la fe y fortalecer el
testimonio”.
“Si afirmamos adorar y seguir al
Maestro, ¿no debemos esforzarnos por emular su vida dedicada al servicio?”.
Enseñanzas de
Gordon B. Hinckley
Nuestra vida
es un don de Dios y debe emplearse para servir a los demás.
Existe… mucha pobreza y necesidad
extrema por todo el mundo, muchísima rebelión y mezquindad, muchísima suciedad
y sordidez, muchísimos hogares rotos y familias destrozadas, muchísimas
personas solas que llevan una vida incolora y sin esperanza, muchísima angustia
por todas partes.
Por lo tanto, les suplicaré algo. Les
ruego que, además de buscar la prosperidad material, también den de ustedes
mismos para hacer del mundo un lugar mejor.
Para que el mundo mejore, es
indispensable que el proceso del amor cambie el corazón de los hombres. Eso
podremos lograrlo si nos olvidamos de nosotros mismos para dar nuestro amor a
Dios y a los demás, y si lo hacemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra
alma y con toda nuestra mente.
El Señor ha
declarado en la revelación moderna: “Y
si vuestra mira está puesta únicamente en mi gloria, vuestro cuerpo entero será
lleno de luz y no habrá tinieblas en vosotros” (D. y C. 88:67).
Al mirar con amor y gratitud hacia Dios,
al servirle con la única mira de glorificarle, se alejarán de nosotros las
tinieblas del pecado, las tinieblas del egoísmo, las tinieblas del orgullo.
Sentiremos un amor más grande por nuestro Padre Eterno y por Su Hijo Amado,
nuestro Salvador y Redentor. Adquiriremos mayor conciencia del servicio a
nuestros semejantes, pensaremos menos en nosotros mismos y más en ayudar al
prójimo.
Este
principio del amor es el ingrediente básico del evangelio de Jesucristo
Si afirmamos adorar y seguir al Maestro, ¿no debemos esforzarnos por
emular Su vida dedicada al servicio? Nadie puede decir que su vida le pertenece;
nuestra vida es un don de Dios. Venimos al mundo no por nuestra propia
voluntad, y no salimos de él de acuerdo con nuestros deseos. Nuestros días
están contados, no por nosotros mismos, sino de acuerdo con la voluntad de
Dios.
Muchos de nosotros utilizamos nuestra
vida como si fuera enteramente nuestra. Es nuestra la elección de malgastarla
si lo deseamos, pero con ello traicionamos una grande y sagrada confianza.
El Maestro lo aclaró perfectamente cuando dijo:
“Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por
causa de mí y del evangelio la salvará” (Marcos 8:35).
Mis amados
hermanos y hermanas, el desafío es grandioso y estamos rodeados de
oportunidades. Dios desea que llevemos a
cabo Su obra, y que lo hagamos con energía y alegría. Esa obra, según Él la
definió, consiste en “socorre[r] a los débiles, levanta[r] las manos caídas y
fortalece[r] las rodillas debilitadas” (D. y C. 81:5).
¿En qué consiste su obra?
Consiste en ministrar a los necesitados, reconfortar a los
desconsolados, visitar a la viuda y al huérfano en su aflicción, alimentar al
necesitado, vestir al desnudo, albergar a aquellos que carecen de tejado sobre
su cabeza. Es hacer lo que hizo el Maestro, quien “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38).
Mi mensaje para ustedes hoy… es que
tomen la determinación de dedicar una parte de su tiempo, a medida que
planifican su trabajo en la vida, a los afligidos y necesitados, sin albergar
ninguna expectativa de recompensa. Necesitamos sus habilidades, sean cuales
sean. Sus manos auxiliadoras levantarán a alguien de la ciénaga de la angustia.
Su voz firme ofrecerá aliento a alguien que de otro modo se habría dado
sencillamente por vencido. Sus habilidades podrán cambiarle la vida, de manera
notable y extraordinaria, a los que caminan en la necesidad. Si ahora no,
¿cuándo? Si usted no, ¿quién?
Que el significado verdadero del Evangelio destile hacia nuestro
corazón, para que nos demos cuenta de que esta vida, que Dios nuestro Padre nos
ha dado, ha de ser dedicada al servicio de los demás.
Si rendimos tal servicio, nuestros días
se verán llenos de gozo y alegría. Y lo que es más importante, serán
consagrados a nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, y a bendecir a aquellos en
cuyas vidas influyamos.
El servicio es la mejor medicina para la
autocompasión, el egoísmo, la desesperación y la soledad.
Recuerdo haber visitado un campus
universitario donde escuché a los jóvenes quejarse de una forma que es muy
común a esa edad: quejas en cuanto a la tensión en que se vive durante la época
estudiantil, como si el estudio fuera una carga en lugar de una oportunidad de
adquirir el conocimiento de la tierra; quejas en cuanto a la vivienda y la
comida .
Les dije a los jóvenes que si las
tensiones de la universidad eran demasiado pesadas y que si se sentían
inclinados a quejarse en cuanto a la vivienda y la comida, yo podía sugerirles
una cura a sus problemas. Les sugerí que dejaran a un lado los libros durante
unas horas, salieran de su habitación y fueran a visitar a alguna persona
anciana que estuviera sola, o alguien enfermo y desanimado. En muchas ocasiones
me he dado cuenta de que cuando nos quejamos de la vida es porque solo estamos
pensando en nosotros mismos.
Durante
muchos años había un letrero en la pared de un taller de reparación de calzado
al que yo iba que decía: “Me quejaba
porque no tenía zapatos hasta que vi a un hombre que no tenía pies”. La
medicina más eficaz para la enfermedad de la autocompasión es dedicarnos
enteramente al servicio de los demás.
Creo que, para la mayoría de nosotros,
la mejor medicina para la soledad es el trabajo y el servicio en beneficio de
los demás. No minimizo sus problemas, pero no dudo en decir que hay muchas
otras personas cuyos problemas son más graves que los suyos. Procuren
servirles, ayudarles, animarles. Hay muchísimos jóvenes y jovencitas que
fracasan en los estudios por carecer de un poco de atención personal y de
ánimo. Hay muchísima gente mayor que vive en la tristeza, la soledad y el
temor, a quienes una simple conversación llevaría un poquito de esperanza y
luz…
Hay
muchísimas personas que se han visto lastimadas y que necesitan de un buen
samaritano que les vende las heridas y les ayude en su camino. Un pequeño acto
de bondad puede suponer una gran bendición para alguien afligido, y un dulce
sentimiento para el que se haga su amigo.
Ustedes pueden aligerar la carga de
muchísimas personas. Estamos rodeados de personas sin hogar, que pasan hambre y
que son indigentes. Hay ancianos que se
encuentran solos en asilos. Hay niños discapacitados, jóvenes enganchados a la
droga, personas enfermas y confinadas en casa que claman por una palabra
bondadosa. Si no lo hacen ustedes, ¿quién lo hará?
¿Cuál es la mejor medicina para los
males?
El mejor antídoto que conozco para la
preocupación es el trabajo. La mejor medicina contra la desesperación es el
servicio. La mejor cura para el agotamiento es el desafío de ayudar a alguien
que esté más cansado todavía.
¿Qué es lo que hace felices a los misioneros? Es el hecho de que se
pierden en el servicio a su prójimo.
¿A qué se debe que los que obran en los
templos son felices? A que esa obra de amor que efectúan está en completa
armonía con la gran obra vicaria del Salvador de la humanidad. Esas personas no
piden que se les den las gracias por lo que hacen, ni tampoco lo esperan. En su
mayoría, lo único que saben es el nombre de la persona fallecida a cuyo favor
obran.
Expresen los nobles deseos que anidan en
su corazón de extender la mano para consolar, apoyar y edificar a los demás. Al
hacerlo, les abandonará el corrosivo veneno del egoísmo, y en su lugar quedará
un sentimiento dulce y maravilloso que no parece poder obtenerse de ninguna
otra manera.
“Ustedes pueden aligerar la carga
de muchísimas personas”.
Cuando extendemos la mano para servir a
los demás, nos encontramos a nosotros mismos.
Hace varios
años, en una mañana dominical, me encontraba en la casa de un presidente de
estaca, en un pequeño pueblo de Idaho. Antes de la oración matutina, toda la
familia se reunió para leer unos versículos de las Escrituras, entre ellos unas
palabras de Jesús que se encuentran registradas en Juan 12:24: “De cierto,
de cierto os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se
queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”.
Sin duda alguna el Maestro se estaba
refiriendo a Su propia muerte que habría de venir, declarando que a menos que
Él muriera, Su misión en la vida sería mayormente en vano. Sin embargo, para mí esas palabras
contienen un significado adicional; me
parece que el Señor nos está diciendo a cada uno de nosotros que a menos que
nos perdamos a nosotros mismos en el servicio a nuestros semejantes, estamos
viviendo una vida sin gran propósito. Y continuó diciendo: “El que ama su vida
la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la
guardará” (Juan 12:25); o como se encuentra en Lucas: “Todo
el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará”
(Lucas 17:33). En otras palabras, aquel que solo se preocupa por sí mismo se
marchita y muere, mientras que aquel que se olvida de sí en el servicio a sus
semejantes evoluciona y progresa, tanto en esta vida como en la eternidad.
Esa mañana en
la conferencia de estaca, el presidente con quien yo había estado fue relevado
después de trece años de haber servido fielmente. Hubo grandes manifestaciones
de amor y aprecio hacia él, no por su riqueza material ni por su prominencia en
la comunidad empresarial, sino por el
gran servicio que había prestado en forma tan desinteresada. Sin ningún
deseo de obtener beneficio personal, había recorrido miles y miles de
kilómetros bajo todas las condiciones climáticas, y literalmente había pasado
miles de horas al servicio de los demás. Había dejado a un lado sus asuntos
personales para ayudar a quienes necesitaban de su ayuda, y al hacerlo se había
convertido en alguien muy especial para aquellos a quienes había servido.
Hace años leí la historia de una joven
maestra que fue a trabajar a una escuela de zona rural. Entre los alumnos de su
clase se encontraba una niña que no había avanzado en los estudios y seguía sin
avanzar. No sabía leer; provenía de una familia de escasos recursos económicos,
la cual no podía llevarla a la ciudad para pasar un reconocimiento médico
mediante el cual se pudiera establecer si padecía de algún mal que pudiera
remediarse. Entonces, pensando en que acaso la dificultad de la niña para
aprender se debiera a que no veía bien, la joven maestra dispuso lo necesario
para llevarla al oculista, corriendo ella misma con los gastos. El facultativo
descubrió un defecto visual que se corrigió con lentes (anteojos), gracias a lo
cual todo un mundo nuevo se abrió ante ella. Por primera vez, pudo ver con
claridad las palabras que tenía ante ella. El salario de esa maestra rural era
reducido, pero con lo poco que tenía, hizo una inversión que cambió por
completo la vida de una alumna que no podía abrirse paso; al hacerlo, también
halló una nueva dimensión en su propia vida.
Al servir, una nueva dimensión se agregará a sus
vidas; forjarán nuevas amistades que les servirán de aliciente, hallarán
amistad e intercambio social. Crecerán en conocimiento, comprensión y
sabiduría, y su capacidad para servir aumentará.
Testifico que
a medida que cada uno de ustedes extienda la mano para servir a los demás, se encontrará
a sí mismo y llegará a bendecir grandemente el mundo en el que vive.
La Iglesia
brinda muchas oportunidades para prestar un servicio desinteresado.
Hermanos y hermanas, nunca serán felices
si viven pensando únicamente en ustedes mismos. Piérdanse en la mejor causa del
mundo: la causa del Señor, la labor de los cuórums y de las organizaciones
auxiliares, la obra del templo, la labor del servicio de bienestar, la obra
misional. Bendecirán su propia vida al bendecir la de otras personas.
No hay en todo el mundo otra obra tan
llena de felicidad como lo es esta obra. Esa felicidad es distintiva. Proviene
del servir a los demás. Es real; es única; es maravillos.
“Al servir, una nueva dimensión se agregará a su vida”.
Permitan que la Iglesia sea su querida amiga; dejen que sea su gran
compañera. Presten servicio en dondequiera que se les llame a servir; hagan lo
que se les pida. Todo llamamiento que se les dé ampliará su capacidad. Yo he
desempeñado muchas responsabilidades en esta gran organización. Cada
llamamiento trajo consigo su propia recompensa.
Esto… requerirá su desinteresada devoción, su inquebrantable lealtad y
fe. Ustedes servirán en muchos llamamientos antes de que su vida termine.
Algunos de ellos parecerán muy insignificantes, pero no hay ningún llamamiento
insignificante o sin importancia en esta Iglesia. Todo llamamiento es
importante; todo llamamiento es necesario para el progreso de la obra. Nunca
menosprecien un llamamiento en la Iglesia…
Hagan lugar en su vida para la Iglesia; permitan que el conocimiento que
tienen de la doctrina crezca; permitan que crezca su comprensión de la manera
en que está organizada; permitan que el amor que sienten por sus verdades
eternas se vuelva cada vez más fuerte.
Puede ser que
la Iglesia les pida que se sacrifiquen; tal vez les pida que den lo mejor de lo
que tengan para ofrecer. En esto no habrá costo alguno, porque ustedes
descubrirán que se convertirá en una inversión que les reportará dividendos
durante el resto de sus días. La Iglesia es el gran repositorio de verdades
eternas; alléguense y aférrense a ella.
¿Desean ser felices? Olvídense de ustedes mismos y piérdanse
en esta gran causa. Empleen sus esfuerzos en ayudar a las personas. Cultiven un
espíritu de perdón en su corazón hacia cualquier persona que pueda haberles
ofendido. Miren al Señor y vivan y trabajen para elevar y servir a Sus hijos e
hijas. Si lo hacen, llegarán a conocer una felicidad que nunca experimentaron
anteriormente. No me importa si son muy viejos o muy jóvenes ni nada de eso;
tienen la capacidad de elevar y ayudar a otras personas. El cielo sabe que hay
muchas, muchas, muchísimas personas en este mundo que necesitan ayuda.
Verdaderamente, son muchísimas. Eliminemos de nuestra vida la actitud corrosiva
y egoísta, mis hermanos y hermanas; estemos algo más erguidos y alcancemos un nivel un poco más alto en el
servicio a los demás… Estén más erguidos, elévense más, levanten a aquellos
cuyas rodillas estén debilitadas, sostengan en alto los brazos caídos. Vivan el
evangelio de Jesucristo y olvídense de ustedes mismos.
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