jueves, 16 de junio de 2016

Regresen y deléitense a la mesa del Señor

Capítulo 12:
 

Regresen y deléitense
a la mesa del Señor

Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia:
Howard W. Hunter
, (2015), 173–81

“Tiendan la mano a los menos activos y hagan realidad el
gozo que sentirán ustedes y aquellos a quienes ayuden”

De la vida de Howard W. Hunter

El día después de que Howard W. Hunter llegó a ser el Presidente de la Iglesia, extendió esta amorosa invitación a los miembros de la Iglesia que no estaban participando activamente:
“A los que hayan pecado o se sientan ofendidos, les pedimos que vuelvan. A los que se sientan heridos o tengan dificultades o miedo, permítannos acompañarlos y secarles las lágrimas. A los que estén confundidos y se vean asediados por el error por todas partes, les invitamos a que vengan al Dios de toda verdad y a la Iglesia de revelación continua. Vuelvan. Acompáñennos. Sigan adelante. Sean creyentes. Todo está bien, y todo estará bien. Deléitense a la mesa que les presenta La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y esfuércense por seguir al Buen Pastor que la ha proveído. Tengan esperanza, ejerciten la fe, reciban —y brinden— caridad, el amor puro de Cristo”1.
Unos meses más tarde, en su primer discurso en una conferencia general en calidad de Presidente de la Iglesia, el presidente Hunter dijo que se sentía inspirado a continuar con ese énfasis. “Vuelvan”, repitió. “Tomen literalmente la invitación del Señor: ‘Ven, sígueme’… Él es el único camino seguro; Él es la luz del mundo”2.
A lo largo de su vida, el presidente Hunter ayudó a muchos miembros de la Iglesia a regresar a la actividad [en la Iglesia]. Relatando una experiencia de sus primeros años como adulto, dijo:
“El obispo de mi barrio me asignó ser maestro de barrio de un hermano que hacía alarde de ser el diácono de mayor edad de la Iglesia. En ese tiempo a los maestros orientadores se les llamaba maestros de barrio. El problema que él tenía era que le encantaba jugar golf los domingos. Me desanimaba el reunirme mes tras mes con él y su esposa y no ver ningún progreso evidente, pero finalmente se le dijo la palabra correcta, y eso produjo una reacción positiva. La palabra era convenio. Le preguntamos: ‘¿Qué significa para usted el convenio del bautismo?’. Su expresión cambió, y por primera vez vimos su lado serio. Con el tiempo empezó a asistir a nuestras clases, dejó el golf y llevó a su esposa al templo”3.

Cristo con ovejas
“Cada uno de nosotros debería leer y releer la parábola de la oveja perdida… Espero que el mensaje de esa parábola quede grabado en el corazón de cada uno de nosotros”.

Enseñanzas de Howard W. Hunter

1

La parábola de la oveja perdida nos enseña a buscar a los que se han perdido

La Primera Presidencia [extendió] a los miembros de la Iglesia una invitación importante…
“A aquellos que han dejado de asistir [a la Iglesia] y a los que se han convertido en críticos [de la Iglesia], decimos: ‘Regresen. Regresen y deléitense a la mesa del Señor, y prueben nuevamente los dulces y satisfactorios frutos de la hermandad con los santos’.
“Estamos seguros de que muchos han deseado regresar, pero se han sentido incómodos ante la idea. Les aseguramos que encontrarán brazos abiertos para recibirlos y manos dispuestas a ayudarlos” (véase Liahona, mayo de 1992, págs. 5–6).
Creo que a todos nos impresionó esta magnánima súplica similar a la que el profeta Alma declaró en el Libro de Mormón en cuanto a una invitación que el Señor extendió. Él dijo:
“He aquí, él invita a todos los hombres, pues a todos ellos se extienden los brazos de misericordia, y él dice: Arrepentíos, y os recibiré.
“Sí, dice él: Venid a mí, y participaréis del fruto del árbol de la vida; sí, comeréis y beberéis libremente del pan y de las aguas de la vida;
“sí, venid a mí y haced obras de rectitud” (Alma 5:33–35).
Cada uno de nosotros debería leer y releer la parábola de la oveja perdida que se encuentra en el capítulo quince de Lucas, comenzando con el cuarto versículo:
“¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se le perdió, hasta que la halla?
“Y al encontrarla, la pone sobre sus hombros gozoso;
“y cuando llega a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido” [Lucas 15:4–6 ]…
El profeta José Smith alteró de manera considerable un versículo en la Traducción de José Smith. Dice: “¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve y va al desierto tras la que se le perdió, hasta que la halla?” (TJS, Lucas 15:4; cursiva agregada).
Esa traducción sugiere que el pastor deja a su rebaño seguro y va al desierto; es decir, va al mundo en busca de aquel que está perdido. ¿Perdido de qué? Perdido del rebaño donde hay protección y seguridad. Espero que el mensaje de esa parábola quede grabado en el corazón de cada uno de nosotros4.
2

El Señor espera que seamos Sus pastores y que recuperemos a los que estén teniendo dificultades o que estén perdidos

¿Qué debemos hacer para ayudar a los que se han descarriado en el desierto?
Por lo que el Maestro dijo acerca de dejar a las noventa y nueve e ir al desierto a buscar a la que está perdida, y por la invitación a “[regresar]” que la Primera Presidencia extendió a quienes han dejado de asistir [a la Iglesia] o se han convertido en críticos [de ella], los invitamos a ustedes a participar en la obra de salvar almas. Tiendan la mano a los menos activos y hagan realidad el gozo que sentirán ustedes y aquellos a quienes ayuden, si ustedes y ellos participan en extender invitaciones de regresar y deleitarse a la mesa del Señor.
El Señor, el Buen Pastor, espera que seamos Sus pastores y que recuperemos a los que estén teniendo dificultades o que estén perdidos. No podemos decirles cómo hacerlo, pero al empezar a participar y al buscar inspiración, el éxito vendrá como resultado de sus esfuerzos en sus áreas… estacas y barrios. Algunas estacas han respondido ante súplicas anteriores y han tenido un éxito notable.
La letra de un conocido himno contiene lo que el Salvador nos pide a nosotros:
¡Oye! La voz del Maestro
llama con tierno amor:
“¿No buscaréis mis ovejas,
las que padecen dolor?”
Y ese himno, que cantamos con frecuencia, indica lo que debe ser nuestra respuesta:
“Haznos obreros fervientes;
llénanos de Tu amor
por las ovejas perdidas
de Tu redil, buen Señor”.
(Himnos, 1996, Nº 139).
Si nos esforzamos [por buscar a las ovejas perdidas], recibiremos bendiciones eternas5.
La obra del Señor es ir en busca de los perdidos, los descarriados y los que se están extraviando… La súplica que Alma hizo en oración es un buen recordatorio del carácter sagrado de nuestra tarea:
“¡Oh Señor, concédenos lograr el éxito al [traer almas] nuevamente a ti en Cristo!
“¡He aquí, sus almas son preciosas, oh Señor…!” (Alma 31:34–35)6.

misioneros enseñándole a una familia
“¡Oh Señor, concédenos lograr el éxito al [traer almas] nuevamente a ti en Cristo! ¡He aquí, sus almas son preciosas, oh Señor…!”(Alma 31:34–35).
3

Nuestro gran objetivo es ayudar a las personas a regresar a la presencia de Dios

A lo largo de los años, la Iglesia ha hecho esfuerzos monumentales para recuperar a los que son menos activos… ¿Con qué fin? Para salvar las almas de nuestros hermanos y hermanas y asegurarnos de que tengan las ordenanzas de exaltación.
Cuando prestaba servicio como presidente de estaca en la zona de Los Ángeles, mis consejeros y yo pedimos a los obispos que seleccionaran cuidadosamente a cuatro o cinco parejas que desearan aumentar su progreso en la Iglesia. Algunos eran menos activos y otros nuevos conversos, pero estaban motivados a progresar espiritualmente. Los reunimos en una clase de estaca y les enseñamos el Evangelio. En vez de hacer hincapié en el templo, nos concentramos en una mejor relación con nuestro Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo. Nuestro proceso de selección cuidadosa aseguró el éxito, y la mayoría de esas parejas efectivamente se activaron y fueron al templo.
Permítanme contarles [otra] experiencia… Había un hermano en uno de los barrios que no asistía a las reuniones. Su esposa no era miembro y era un tanto hostil, por lo que no podíamos mandar maestros orientadores a su casa. El obispo se acercó a este hermano diciéndole que él tenía una relación con el Salvador que necesitaba cimentar y profundizar. El hermano le explicó al obispo el problema con su esposa que no era miembro, por lo que el obispo habló con ella, haciendo hincapié en lo mismo: una relación con el Señor que debía profundizarse. Aun así ella no fue receptiva, pero le alegró saber que los Santos de los Últimos Días creían en Cristo, y como consecuencia, ella bajó algunas de sus defensas.
El éxito no se obtuvo de inmediato, pero los que visitaron su hogar siguieron haciendo hincapié en la relación de la pareja con el Señor. Con el tiempo ella se hizo más amigable y finalmente accedió a asistir junto con su esposo a la clase de la estaca que enseñaban los integrantes del sumo consejo. Hicimos hincapié en el convenio que uno hace en el momento del bautismo, así como otros convenios. Con el tiempo ella llegó a ser miembro de la Iglesia y él un líder del sacerdocio productivo…
Me impresiona la declaración que figura en la portada del Libro de Mormón que describe uno de los propósitos de ese libro sagrado: “…que [los de la Casa de Israel en los últimos días] conozcan los convenios del Señor” (cursiva agregada). Ése fue el hincapié que como presidencia de estaca nos sentimos impresionados a hacer con los menos activos. Procuramos apelar a ellos basándonos en la importancia de los convenios que habían hecho con el Señor; luego les enseñamos la importancia del convenio del bautismo y de convenios adicionales que podían hacer que los unieran como familia eterna7.
Todo el propósito de que la Iglesia opere debidamente a nivel local es preparar a las personas para que estén calificadas para regresar a la presencia de Dios, y eso sólo se puede lograr al recibir las ordenanzas y al hacer convenios en el templo8.
Nuestros esfuerzos se centran en poner los convenios y las ordenanzas de salvación del Evangelio a disposición de todo el género humano: del no miembro por medio de la obra misional; del menos activo mediante los esfuerzos de hermanamiento y activación; de los miembros activos por medio de la participación y el servicio en la Iglesia; y de los que han pasado al otro lado del velo mediante la obra de redención de los muertos9.
Avanzamos hacia un objetivo para cada miembro de la Iglesia en particular, el cual es que todos reciban las ordenanzas del Evangelio y hagan convenios con nuestro Padre Celestial para que puedan regresar a Su presencia. Ése es nuestro gran objetivo. Las ordenanzas y los convenios son el medio de lograr esa naturaleza divina que nos regresará nuevamente a Su presencia…
Tengan en cuenta el propósito: Invitar a todos a venir a Cristo…
Testifico, mis hermanos y hermanas, de Su divinidad y poder para salvar a los que vayan a Él con corazón quebrantado y espíritu contrito. Mediante las ordenanzas y Su Santo Espíritu, cada persona puede llegar a ser limpia10.

Sugerencias para el estudio y la enseñanza

Preguntas

  • El presidente Hunter insta a cada miembro de la Iglesia a leer y releer la parábola de la oveja perdida (véanse la sección 1; Lucas 15:4–7). ¿Qué mensajes recibe de esa parábola y de las otras enseñanzas de la primera sección? Considere la forma en que esas enseñanzas pueden guiarle en su servicio en la Iglesia.
  • ¿Cuál es nuestra responsabilidad como pastores del Señor? (véase la sección 2). ¿Cómo podemos ayudar a las personas a regresar a la actividad en la Iglesia? ¿En qué forma usted (o alguien a quien conozca) ha sido bendecido por una persona que le tendió la mano cuando estaba “teniendo dificultades o [estaba perdido]”?
  • ¿Qué aprendemos de las experiencias que el presidente Hunter relata en la sección 3? ¿De qué manera el hacer hincapié en los convenios puede ayudar a los miembros de la Iglesia a regresar a la actividad en la Iglesia?

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domingo, 5 de junio de 2016

La verdadera grandeza


Capítulo 11:
La verdadera grandeza
 
Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia:
 Howard W. Hunter, (2015), 159–72

“El esforzarnos constantemente en las
cosas pequeñas de la vida diaria
lleva a la verdadera grandeza”

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De la vida de Howard W. Hunter

El presidente Howard W. Hunter enseñó que la verdadera grandeza no viene del éxito en el mundo, sino de “los miles de actos… de servicio y sacrificio que constituyen el dar o perder la vida por nuestros semejantes y por el Señor”1. El presidente Hunter vivió su vida de conformidad con esta enseñanza. En vez de procurar ser el foco de atención o de recibir el aplauso de los demás, diariamente llevó a cabo actos de servicio y sacrificio que a menudo pasaron desapercibidos.

Un ejemplo del servicio relativamente desapercibido del presidente Hunter fue el cuidado que le dio a su esposa durante más de una década mientras ella luchaba con el deterioro de su salud. A principios de la década de 1970, Claire Hunter comenzó a sufrir dolores de cabeza y pérdida de la memoria. Más tarde fue víctima de varios ataques de apoplejía leves que hicieron que se le dificultara hablar y utilizar las manos. Cuando fue necesario que se le diera atención constante, el presidente Hunter proveyó tanto de esa atención como pudo, al mismo tiempo que cumplía con sus responsabilidades como apóstol. Hizo los arreglos necesarios para que alguien se quedara con Claire durante el día, pero él la cuidaba de noche.

En 1981, una hemorragia cerebral dejó a Claire incapaz de caminar y hablar. Sin embargo, el presidente Hunter a veces la ayudaba a levantarse de la silla de ruedas y la sostenía firmemente para que pudieran bailar como lo habían hecho en años anteriores.

Después de que Claire sufrió una segunda hemorragia cerebral, los doctores insistieron en que se le internara en un centro de atención, donde permaneció durante los últimos dieciocho meses de su vida. En ese tiempo, el presidente Hunter iba a verla todos los días, excepto cuando estaba de viaje por asignaciones de la Iglesia. Cuando regresaba a casa, iba directamente del aeropuerto a estar con ella. La mayoría de las veces ella estaba profundamente dormida o no lo reconocía, pero él continuó diciéndole que la amaba y asegurándose de que estuviera cómoda.

El élder James E. Faust, del Cuórum de los Doce, más tarde dijo que la manera en que el presidente Hunter “cuidó de manera tan amorosa a su esposa Claire durante más de diez años mientras ella no estaba bien, fue la devoción más noble de un hombre hacia una mujer que muchos de nosotros hemos visto en nuestra vida”2.

Después de que el presidente Hunter murió, una biografía que se publicó en la revista Ensign citó sus enseñanzas sobre la verdadera grandeza y resumió la forma en que habían dirigido su vida:

“Aun cuando su profunda humildad le hubiera impedido hacer la comparación, el presidente Hunter cumplía con su propia definición de grandeza. Su grandeza surgió en periodos de su vida en que estuvo alejado del foco de atención a medida que tomó decisiones críticas de trabajar arduamente, de intentarlo de nuevo después de fallar y de ayudar a sus semejantes. Esos atributos se vieron reflejados en su notable capacidad para lograr el éxito en esfuerzos tan diversos como la música, el derecho, los negocios, las relaciones internacionales, la carpintería y, sobre todo, en ser un ‘buen siervo y fiel’ del Señor [Mateo 25:21 ]…

“Para el decimocuarto Presidente de la Iglesia, el desafío de cumplir los propósitos del Señor fue abordado de forma tan natural y desinteresada como lo fueron sus labores cuando era estudiante, padre joven, obispo devoto y apóstol incansable. La viña del Señor, tal como Howard W. Hunter la veía, requiere mantenimiento constante, y lo único que su Maestro le requería era que fuera un ‘buen siervo y fiel’, lo cual el presidente Hunter cumplió con verdadera grandeza, con atención constante al ejemplo del Salvador, a quien sirvió hasta el final”3.

 


Howard y Claire Hunter.
Enseñanzas de Howard W. Hunter

1

La definición que el mundo da a la grandeza a menudo es
engañosa y puede provocar comparaciones perjudiciales

Muchos Santos de los Últimos Días son felices y disfrutan de las oportunidades que la vida les ofrece; sin embargo, me preocupa que algunos de entre nosotros sean infelices. Algunos sentimos que no estamos viviendo a la altura de nuestras propias expectativas. En particular me preocupan las personas que habiendo vivido rectamente piensan que han fallado porque no han alcanzado, ya sea en el mundo o en la Iglesia, lo que otros han logrado. Todos deseamos alcanzar cierto grado de grandeza en esta vida. ¿Y por qué no? Como alguien dijo una vez, dentro de cada uno de nosotros hay un gigante que lucha con el fuerte anhelo de regresar a su hogar celestial (véanse Hebreos 11:13–16; D. y C. 45:11–14).

El darnos cuenta de quiénes somos y lo que podemos llegar a ser nos asegura que con Dios no hay nada que sea realmente imposible. Desde el momento en que [como Rayitos de Sol] aprendemos que Cristo nos manda que brillemos, hasta el momento en que aprendemos más plenamente los principios básicos del Evangelio, se nos enseña que debemos esforzarnos para lograr la perfección. Entonces no es nuevo para nosotros que se hable de la importancia de los logros. El problema surge cuando dejamos que las expectativas poco realistas del mundo alteren la definición de la grandeza.

¿Cuál es la verdadera grandeza? ¿Qué es lo que hace grande a una persona?

Vivimos en un mundo que parece adorar su propio tipo de grandeza y producir su propia especie de héroes. Un estudio reciente hecho entre personas jóvenes de dieciocho a veinticuatro años de edad reveló que los jóvenes de la actualidad prefieren a las personas que son “fuertes, independientes y que vencen a pesar de toda dificultad”; también reveló que los jóvenes claramente procuran modelar su vida a imagen de las personas sofisticadas e “infinitamente ricas”. Durante la década de 1950, entre los héroes se encontraban Winston Churchill, Albert Schweitzer, el presidente Harry Truman, la reina Elizabeth y Helen Keller, la autora y conferenciante ciega y sorda. Estos eran personajes que ayudaron a moldear la historia o que fueron de renombre porque su vida fue inspiradora. En la actualidad, muchos de los diez héroes más comunes son estrellas de cine y otros artistas, lo que sugiere que ha habido una especie de cambio en nuestras actitudes (véase U.S. News & World Report, 22 de abril de 1985, págs. 44–48).

Es verdad que los héroes del mundo no permanecen en la mente del público por mucho tiempo; sin embargo, nunca hay escasez de campeones y grandes triunfadores. Casi a diario, escuchamos de atletas que batieron algún récord; de científicos que inventaron maravillosos aparatos, máquinas y procesos; y de doctores que salvaron vidas al emplear nuevos métodos. Constantemente nos vemos expuestos a músicos y animadores excepcionalmente dotados, así como a artistas, arquitectos y constructores de talento poco común. Las revistas, las carteleras y los comerciales de televisión nos bombardean con fotografías de personas que tienen dientes y facciones perfectos, vestidas con ropa a la moda y haciendo todo lo que, según parece, hacen las personas que han alcanzado “el éxito”.

Debido a que nos vemos expuestos constantemente a la definición que el mundo da a la grandeza, es comprensible que hagamos comparaciones entre lo que nosotros somos y lo que otros son, o aparentan ser, y también entre lo que ellos tienen y lo que nosotros tenemos. Si bien es cierto que hacer comparaciones puede ser beneficioso y nos puede motivar a lograr muchas cosas buenas y a mejorar nuestra vida, a menudo permitimos que las comparaciones injustas e inapropiadas destruyan nuestra felicidad cuando hacen que nos sintamos frustrados, deficientes o fracasados. En ocasiones, a causa de esos sentimientos, nos dejamos llevar al error y nos centramos en nuestros fracasos, al mismo tiempo que ignoramos aspectos de nuestra vida que pudieran contener elementos de verdadera grandeza4.

 

“La verdadera grandeza [procede de] los miles de actos
 y tareas de servicio y sacrificio que constituyen el dar o
perder la vida por nuestros semejantes y por el Señor”.

2

El esforzarnos constantemente en las cosas pequeñas de la vida diaria lleva a la verdadera grandeza

En 1905, el presidente Joseph F. Smith hizo esta profunda declaración acerca de lo que es la verdadera grandeza:

“Es posible que aquello que llamamos extraordinario, notable o inusual haga historia, pero no hace la vida real.

“Después de todo, el hacer bien aquello que Dios ha ordenado que sea la suerte común de todo el género humano constituye la grandeza más auténtica. Es mucho más grandioso ser un padre o una madre de éxito que ser un afamado general u hombre de estado” (Juvenile Instructor, 15 de diciembre de 1905, pág. 752).

Esa declaración nos lleva a una pregunta: ¿Cuáles son las cosas que Dios ha ordenado como “la suerte común de todo el género humano”? Seguramente entre ellas se incluyen las cosas que se deben hacer a fin de ser un buen padre o una buena madre, un buen hijo o una buena hija, un buen estudiante, un buen compañero de habitación o un buen vecino.

…El esforzarnos constantemente en las cosas pequeñas de la vida diaria lleva a la verdadera grandeza. Específicamente, son los miles de actos y tareas de servicio y sacrificio que constituyen el dar o perder la vida por nuestros semejantes y por el Señor. Implica obtener un conocimiento de nuestro Padre Celestial y del Evangelio, y llevar a otras personas a la fe y la hermandad de Su reino. Estas cosas por lo general no reciben la atención ni la adulación del mundo5.
 

3

El profeta José se preocupaba por las cosas pequeñas, por
las tareas diarias de dar servicio a los demás y velar por ellos

A José Smith por lo general no se le recuerda como un general, alcalde, arquitecto, editor o candidato presidencial; más bien se le recuerda como el Profeta de la Restauración, como un hombre dedicado a amar a Dios y a promover Su obra. El profeta José era un cristiano del diario vivir. Se preocupaba por las cosas pequeñas, por las tareas diarias de dar servicio a los demás y velar por ellos. A los trece años de edad, Lyman O. Littlefield lo acompañó al campo de Sion, que se dirigía a Misuri. Más tarde contó el siguiente incidente de un pequeño, pero también significativo, acto de servicio de la vida del Profeta:

“El viaje era para todos extremadamente dificultoso, y el sufrimiento físico, sumado a la preocupación de saber las persecuciones que padecían los hermanos a los que íbamos a socorrer, hizo que un día me atacara una gran melancolía. Mientras el grupo se preparaba para partir, yo estaba sentado, cansado y meditabundo, a la orilla del camino. Aun cuando el Profeta era la persona más ocupada del campamento, cuando me vio, dejó por un momento de lado la urgencia de sus obligaciones para decirle unas palabras de consuelo a un niño. Me puso la mano sobre la cabeza y me dijo: ‘¿No hay un lugar para ti, hijo? Si es así, tenemos que encontrar uno’. Este hecho dejó una impresión tan vívida en mi mente que ni el tiempo ni las preocupaciones de los años posteriores han podido borrar” (en George Q. Cannon, Life of Joseph Smith the Prophet, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1986, pág. 344).

En otra ocasión, cuando el gobernador Carlin de Illinois envió al comisario Thomas King, del Condado de Adams, junto con una cuadrilla de varias personas a arrestar al Profeta y llevarlo a los emisarios del gobernador Boggs de Misuri, el comisario King enfermó gravemente. El Profeta entonces llevó al comisario a su casa en Nauvoo y durante cuatro días lo cuidó como a un hermano (ibídem, pág. 372). El Profeta constantemente realizaba actos de servicio pequeños, bondadosos, pero a la vez significativos.

El élder George Q. Cannon escribió lo siguiente acerca de
 la tienda que [el profeta José Smith] abrió en Nauvoo:

“El Profeta mismo no vacilaba en llevar a cabo ocupaciones mercantiles e industriales; el Evangelio que él predicaba tenía que ver con la salvación temporal y también con la exaltación espiritual; y estaba dispuesto a hacer su parte del trabajo práctico, lo cual hacía sin pensar en obtener ganancia personal” (ibídem, pág. 385).

Y en una carta, el Profeta escribió lo siguiente:

“Con la [tienda de ladrillos rojos de Nauvoo] llena de gente, he estado todo el día detrás del mostrador distribuyendo mercaderías constantemente como cualquier empleado que hayas visto, para complacer a todos aquellos que se hubieran visto obligados a celebrar la Navidad y el Año Nuevo sin su acostumbrada cena por falta de un poco de azúcar, melaza, pasas, etc.; y a la vez para satisfacción propia, porque me encanta atender a los santos y ser un siervo para todos, con la esperanza de lograr la exaltación en el debido tiempo del Señor” (ibídem, pág. 386).

En cuanto a esa escena, George Q. Cannon comentó:

“¡Qué imagen se nos presenta aquí! Un hombre escogido por el Señor para poner los cimientos de Su Iglesia y para ser Su profeta y presidente se alegra y enorgullece por atender a sus hermanos y hermanas como un sirviente… José nunca vio el día en el que no sentía que estaba sirviendo a Dios y hallando gracia a la vista de Jesucristo al mostrar bondad y atención ‘al más pequeño de éstos’” (ibídem, pág. 386)6.

 

“El profeta José era un cristiano del diario vivir. Se preocupaba por las cosas
pequeñas, por las tareas diarias de dar servicio a los demás y velar por ellos”.

4

La verdadera grandeza proviene de perseverar en las dificultades de la
vida y de prestar servicio en formas que a menudo pasan desapercibidas

El lograr el éxito como secretario de cuórum de élderes, maestra de la Sociedad de Socorro, buen vecino o un amigo que escucha es lo que mayormente constituye la verdadera grandeza. El dar lo mejor de nosotros mismos ante las luchas comunes de la vida —y posiblemente ante el fracaso— y el seguir aguantando y perseverando en las dificultades continuas de la vida cuando esas luchas y tareas contribuyen al progreso y la felicidad de las demás personas y a nuestra propia salvación eterna, ésa es la verdadera grandeza.

Todos deseamos alcanzar cierto grado de grandeza en esta vida. Muchos ya han logrado grandes cosas, mientras que otros se están esforzando por lograr la grandeza. Permítanme animarlos a lograr el éxito y, al mismo tiempo, a recordar quiénes son. No dejen que el espejismo de la grandeza fugaz del mundo los venza. Muchas personas están perdiendo su alma ante ese tipo de tentaciones. No vale la pena vender su buen nombre, por ningún precio. La verdadera grandeza es ser fiel: “Fieles a la fe que nuestros padres atesoraron; fieles a la verdad por la que mártires perecieron” (Hymns, 1985, Nº 254).

Estoy seguro de que hay muchos grandes héroes entre nosotros que pasan desapercibidos y que son olvidados. Estoy hablando de aquellos entre ustedes que callada y constantemente hacen lo que deben hacer; de los que siempre están disponibles y dispuestos. Me refiero al valor poco común de la madre que, hora tras hora, día y noche, permanece con un hijo enfermo y lo cuida mientras su esposo está trabajando o estudiando. Entre ellos incluyo a los que voluntariamente donan sangre o trabajan con los ancianos; pienso en aquellos de entre ustedes que fielmente cumplen con sus responsabilidades del sacerdocio y de la Iglesia, y en los estudiantes que escriben a casa regularmente para dar gracias a sus padres por su amor y apoyo.

También estoy hablando de los que infunden en los demás fe y el deseo de vivir el Evangelio; aquellos que trabajan en forma activa para edificar y moldear la vida de otras personas física, social y espiritualmente. Me refiero a los que son honrados, bondadosos y trabajadores durante sus labores diarias, pero que también son siervos del Maestro y pastores de Sus ovejas.

Ahora bien, no quiero con esto pasar por alto los grandes logros del mundo que nos han brindado tantas oportunidades y que proporcionan cultura, orden y entusiasmo a nuestra vida. Solamente sugiero que tratemos de concentrarnos más claramente en las cosas de la vida que tienen más valor. Recordarán que fue el Salvador quien dijo: “El que es el mayor entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 23:11)7.

5

La verdadera grandeza requiere pasos constantes, pequeños
 y a veces comunes por un largo periodo de tiempo

Todos hemos visto a personas llegar a ser ricas o lograr el éxito casi de manera instantánea, casi de la noche a la mañana; pero me parece que aun cuando algunos obtengan ese tipo de éxito sin una lucha prolongada, no existe tal cosa como la grandeza al instante. El logro de la verdadera grandeza es un proceso a largo plazo que de vez en cuando pudiera incluir reveses. El resultado final no siempre estará claramente visible, pero parece que siempre requiere pasos regulares, constantes, pequeños, y a veces comunes y rutinarios por un largo periodo de tiempo. Debemos recordar que fue el Salvador quien dijo: “…de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C. 64:33).

La verdadera grandeza nunca es el resultado de una casualidad ni de un logro o esfuerzo únicos. La grandeza requiere el desarrollo del carácter. Se requiere una gran cantidad de decisiones correctas en las elecciones cotidianas entre el bien y el mal, a las que el élder Boyd K. Packer se refirió cuando dijo: “A lo largo de los años, estas pequeñas decisiones formarán una unidad y darán muestras claras de cuáles son las cosas que valoramos” (véase Liahona, febrero de 1981, pág. 39). Esas decisiones también mostrarán claramente lo que somos8.

6

Las tareas comunes con frecuencia tienen el
 efecto positivo más grande en las demás personas

A medida que evaluemos nuestra vida, es importante que tomemos en cuenta no sólo nuestros logros, sino también las condiciones bajo las cuales hemos obrado. Todos somos diferentes y únicos; todos hemos empezado en distintos puntos en la carrera de la vida; todos tenemos una combinación única de talentos y habilidades; y todos tenemos nuestro propio conjunto de desafíos y limitaciones con que luchar. Por lo tanto, el juicio que formulemos de nosotros mismos y de nuestros logros no debe incluir solamente el tamaño o magnitud y la cantidad de nuestros logros; también debe incluir las condiciones que han existido y el efecto que nuestros esfuerzos tuvieron en los demás.

Es este último aspecto de nuestra autoevaluación —el efecto de nuestra vida en la vida de los demás— que nos ayudará a entender por qué algunas de las labores comunes y corrientes de la vida se valoran tanto. A menudo son las tareas comunes que llevamos a cabo las que tienen el efecto positivo más grande en la vida de los demás, si las comparamos con aquellas que el mundo comúnmente relaciona con la grandeza9.

7

El hacer aquello que Dios ha determinado que
 es importante llevará a la verdadera grandeza

Me parece que la clase de grandeza que nuestro Padre Celestial quiere que busquemos está al alcance de todos los que están dentro de la red del Evangelio. Tenemos un número ilimitado de oportunidades para llevar a cabo las muchas cosas sencillas y pequeñas que finalmente nos harán grandes. A quienes han dedicado su vida al servicio y al sacrificio por su familia, por los demás y por el Señor, el mejor consejo es simplemente que continúen haciendo más de lo mismo.

A aquellos que promueven la obra del Señor en tantas maneras calladas pero significativas, a los que son la sal de la tierra y la fortaleza del mundo y el pilar de toda nación, a ustedes simplemente queremos expresarles nuestra admiración. Si perseveran hasta el fin y si son valientes en el testimonio de Jesús, alcanzarán la verdadera grandeza y algún día vivirán en la presencia de nuestro Padre Celestial.

Tal como el presidente Joseph F. Smith ha dicho: “No intentemos substituir una vida real con una artificial” (Juvenile Instructor, 15 de diciembre de 1905, pág. 753). Recordemos que hacer aquello que Dios ha determinado que es importante y necesario, aunque el mundo lo considere insignificante y de poca importancia, llevará finalmente a la verdadera grandeza.

Debemos esforzarnos por recordar las palabras del apóstol Pablo, especialmente si estamos infelices con nuestra vida y sentimos que no hemos logrado alguna forma de grandeza. Él escribió:

“Porque esta momentánea y leve tribulación nuestra nos produce un cada vez más y eterno peso de gloria;

“no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:17–18).

Las cosas pequeñas son importantes. No recordamos la cantidad que ofreció el fariseo, pero sí la ofrenda de la viuda; no el poder y la fuerza del ejército filisteo, sino el valor y la convicción de David.

Ruego que nunca perdamos el ánimo de hacer aquellas tareas diarias que Dios ha establecido que sean “la suerte común del hombre”10.
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